Al corriente: agosto 24, 2022
Brasil
Para muchos evangélicos brasileños, el Pentecostés no es un acontecimiento aislado del pasado; para ellos hay una clara conciencia del Espíritu en su vida diaria. Alrededor del 70% de las iglesias evangélicas de Brasil son pentecostales y las demás están influenciadas por el movimiento pentecostal.
Factores que influyen en nuestra perspectiva del Pentecostés
No tenemos una tradición de pensamiento crítico en Brasil. Vivimos con la expectativa de que Dios cambiará nuestras vidas a través de la obra maravillosa del Espíritu Santo, como se evidenció por medio del primer derramamiento en Pentecostés.
Otro factor que influye es el espiritismo. Debido a las influencias de las prácticas de umbanda, en que ocurren manifestaciones sobrenaturales, los brasileños tienden a aceptar lo que está pasando sin cuestionarse o discernir si están tratando con el Espíritu Santo o con otros espíritus.
Cuando escuchamos informes sobre las manifestaciones sobrenaturales en la iglesia, queremos verlas con nuestros propios ojos para experimentar lo que Dios está haciendo hoy. Con frecuencia leemos sin consciencia histórica. En Hechos 2, pasamos por alto el viento y el aspecto de la proclamación: lo “real” son las lenguas, prueba de que Dios está obrando y que somos su pueblo especial. Si sucedió en aquellos días, podría y debería volver a sucedernos hoy (Marcos 16,17–18).
Esta percepción es tan fuerte que aquellos que no son del ámbito pentecostal sienten que algo les falta. A menudo, algunos se preguntan por qué las manifestaciones sobrenaturales no les ocurrieron a ellos o en su iglesia hoy día, se culpan a sí mismos por no estar abiertos al Espíritu. Otros se ponen a la defensiva, preguntando si las manifestaciones (de lenguas, sanación y profecías) realmente cambian la vida de aquellos que dicen tener dichos dones.
Procurar la presencia del Espíritu Santo
Sin embargo, ninguna de las respuestas nos ayuda a entender lo que el apóstol Lucas intentaba decirnos. De modo que no procuramos que nuestra lectura sea una búsqueda del significado en el texto, sino del significado “para mí”.
Cuando hablamos del Espíritu Santo, a menudo no nos interesa el Espíritu Santo, sino aquello que el Espíritu podría darnos: poder.
Esa misma cosmovisión es la que domina nuestra lectura de los Evangelios. No existe un interés en la pregunta decisiva que los escritores del Evangelio procuraban transmitir: “¿Quién es realmente este Jesús?” Nuestra lectura es: “¿Qué podría hacer este Jesús por mí?”
Lo que nos asusta es que esta pregunta ya había surgido en los Evangelios cuando los líderes judíos querían que Jesús hiciera un milagro ante ellos (Mateo12,39), o cuando Herodes deseaba ser entretenido con un milagro (Lucas 23,8-9). La respuesta de Jesús a los líderes judíos fue la señal de Jonás, y a Herodes, Jesús no respondió palabra alguna.
En nuestra indagación pragmática del poder del Espíritu, buscamos beneficios personales del Espíritu en vez de la adoración auténtica. En este sentido, es necesario escuchar las palabras de A.W. Tozer: “Quien busca a Dios como un medio para alcanzar los fines deseados, no encontrará a Dios”. Esto plantea una pregunta intimidante: si estas personas no encuentran a Dios, ¿a quién o qué encuentran?
La obra de transformación del Espíritu
No obstante, la gracia de Dios está más allá de nuestras deficiencias. Aunque todos leamos la Biblia con nuestras presuposiciones, Dios se acerca a nosotros y cambia nuestras vidas. Quienes estén abiertos a la obra del Espíritu a través de la Palabra, las conversaciones personales, las situaciones diarias e incluso las manifestaciones sobrenaturales y procuren discernir lo que Dios está haciendo, son transformados. Con frecuencia, esperamos que este crecimiento en la fe sea mucho más rápido; sin embargo, el proceso de maduración es lento.
No cambiamos fácilmente nuestra visión de que Dios está a nuestra disposición para satisfacer nuestras necesidades. Debemos aprender lo que la Biblia enseña sobre la vida cristiana, acompañados de personas que modelan este estilo de vida. No necesitamos héroes, necesitamos cristianos comunes que desafíen los modelos de éxito y tengan a Jesús como su modelo.
Me alegro de que a medida que mis compatriotas brasileños –tanto pentecostales como menonitas– sean receptivos a la obra del Espíritu en sus vidas, serán convencidos de sus pecados (Juan 16,8) y el Espíritu les guiará a toda la verdad (Juan 16,13).
Sabemos que la obra del Espíritu está lejos de terminar en nuestras propias vidas, así que oramos para que el proceso de transformación continúe hasta que “nos parezcamos más y más a Cristo” (Efesios 4,15, Nueva Traducción Viviente). Esto podría llevar más de una generación. Estamos llamados a modelar nuestras vidas según Jesús e influir en quienes nos rodean. Solo Dios podrá cambiar el mundo.
—Arthur Duck, profesor de Faculdade Fidelis, una escuela bíblica afiliada a los Hermanos Menonitas en Curitiba, Brasil. Una versión de este artículo apareció en MB Herald, el 1 de junio de 2011.
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