Al corriente: julio 19, 2018
Provengo de un lugar donde la gente es conocida como Banyamulenge. Pastoreamos ganado y vivimos en las altas montañas del Este del Congo, desde las cuales se puede ver el Lago Tanganyika.
A lo largo de los años, mi gente se ha visto obligada a trasladarse de un área a otra en busca de praderas verdes para el ganado. Cuando los belgas gobernaban esta parte de África, vivíamos en lo que hoy se conoce como Ruanda, sin embargo, una hambruna severa nos forzó a dejar nuestras tierras y finalmente terminamos en las faldas de las montañas de Mulenge en la RD Congo.
Después de años de vivir en paz allí, mi pueblo empezó a sentir los efectos del conflicto político y racial de la región; fuimos maltratados por nuestro trasfondo étnico. En los últimos 20 años, varios de los Banyamulenge han sido blanco de muchos asesinatos. Mi pueblo es despreciado, no deseado.
En mi propia casa, mi padre era pastor y yo, era líder del coro de la iglesia. Me encantaba entrenar gente joven para cantar, pero un día tuve un sueño en el que Dios me habló: “Tu tiempo en esta iglesia ha llegado a su fin”. Le conté a mi padre sobre mi sueño y él me dejó ir, así que caminé hacia el pueblo más cercano y me dirigí a una iglesia menonita; de inmediato supe que este sería mi nuevo hogar. Finalmente, comencé a liderar el coro y a entrenar a los jóvenes. Fue en este contexto y entre menonitas donde aprendí la importancia del perdón y del trabajo por la paz y la reconciliación. Supe que esto sería parte de mi futuro ministerio.
Como Banyamulege, este tiempo no fue fácil para mi, dado que mi propia gente seguía siendo maltratada; incluso mi propia vida se vió amenazada un buen número de veces.
Aunado a lo anterior, en el 2003, mis padres fueron asesinados mientras huían dejando sus lugares de origen. Decidí que también era hora de irme, así que viajé a Burundi, lugar en el que viví por tres años en un campo de refugiados.
Después de esto regresé al Congo por seis meses para verificar si el entorno de mi pueblo había cambiado, pero todo seguía siendo demasiado difícil, así que esta vez hui a Malawi donde otra vez tuve un espacio en un campo de refugiados.
En Malawi, el campo de refugiados estaba lleno de conflicto y desesperanza. Incluso entre los cristianos existía mucha división y contienda. La gente de los diferentes grupos étnicos se aislaba, asimismo, la brujería era predominante.
Entre los refugiados, empecé a ejercitar mi don como evangelista y obtuve una respuesta positiva por parte de la gente. Durante mi primer año en el campamento inicié una iglesia con un grupo pequeño de discípulos, íbamos de puerta en puerta invitando a todos a seguir a Jesús.
A menudo compartí sobre Ezequiel, en donde el profeta habla acerca de la forma en que Dios dispersó a su pueblo entre las naciones porque lo habían abandonado, pero también les ofreció su perdón: “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne” (36:26).
Así que la nueva iglesia llegó a ser una reunión de corazones apacibles enfocados en las enseñanzas de Jesús acerca del perdón y el amor hacia nuestros enemigos. Nuestro mensaje era sencillo: así como Dios nos ama, debemos amarnos los unos a los otros.
Durante ese tiempo un hombre se unió a nuestra iglesia. Él también era un refugiado proveniente del Congo, así que lo recibí en mi hogar. Después de un tiempo, me di cuenta de que él era quien había asesinado a mis padres en Congo.
En ese momento noté que mis enseñanzas - las enseñanzas de Jesús- estaban siendo puestas a prueba. Mi deseo era ser parte de una iglesia que se tomara las escrituras en serio, y que estuviera basada en la paz y la reconciliación. Si Dios me perdonó, yo tenía que perdonar a los demás. Entonces, perdoné a este hombre por lo que le hizo a mi familia.
Hoy, nuestra iglesia está construida sobre las bases de la paz y el amor de Cristo.
Estamos predicando este evangelio y Dios nos está bendiciendo. Ahora hay 11 iglesias más en esta área. Me encanta lo que Dios está haciendo en este lugar; ver crecer a estas iglesias llena mi corazón de alegría.
¡A Dios sea la gloria!
—Originalmente publicado por MB Mission en Witness (Invierno 2017). (Publicación utilizada con autorización).
Este testimonio hace parte de los recursos para la adoración del Domingo de la Paz 2018. Haga clic aquí para ver más: www.mwc-cmm.org/domingodelapaz
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