Al corriente: septiembre 5, 2022
Canadá
Hace veinte años mi esposo y yo nos lamentábamos por el declive complicado de nuestra iglesia, que se había desestabilizado durante la renovación de la década de los noventa.
Tenía una actitud cínica y, a la vez, nostálgica, respecto a lo carismático. En busca de cordura, estabilidad y una enseñanza sólida, nos llamó la atención una iglesia cercana de los Hermanos Menonitas. ¿Podría llegar a ser nuestra congregación?
Me estremecí interiormente: no quería renunciar al ímpetu audaz de lo profético, a los picos extáticos de la adoración, a los encuentros intensamente personales en el ministerio de la oración; y a la diversión.
Algunos de mis conocidos se dirigieron a la iglesia pentecostal más cercana, solo para quejarse de la falta de enseñanza sólida. Otros se volvieron evangélicos convencionales, solo para quejarse de la falta de vida infundida por el Espíritu. ¿Estábamos condenados a unirnos a algún remanente de elitistas espirituales descontentos que no hacían más que quejarse de cualquier iglesia en la que se encontraran?
Oramos, respiramos hondo, y optamos por los Hermanos Menonitas.
Esto no me lo esperaba.
Anabautistas carismáticos
Ese primer domingo vi manos levantadas en señal de adoración, ancianos orando por los demás y un fuerte enfoque comunitario que cuestionaba mi ensimismamiento. Además, el pastor acababa de regresar de una experiencia de YWAM (Juventud con una Misión), deseoso de ver el movimiento del Espíritu Santo en su iglesia. ¿Pentecostales no declarados? No, Hermanos Menonitas.
La Iglesia de los Hermanos Menonitas se originó hace ciento cincuenta y cinco años, fruto de un matrimonio improbable entre una ‘madre’ menonita ferviente y un ‘padre’ más carismático (un híbrido de bautista alemán y pietismo luterano apasionado); su unión produjo –fuera del matrimonio– un hijo inmanejable, propenso a saltar literalmente de alegría.
Los primeros Hermanos fueron una fuerza evangelizadora a tener en cuenta, centrada en una intensa experiencia personal de Dios.
‘Mamá meno’ estaba un poco desconcertada. Esperó a ver qué pasaba; cuando surgieron la sensualidad y el pecado, reprimió el exceso de demostraciones emocionales con mano dura. Desde ese entonces, su niño saltarín ha estado considerablemente más contenido.
Pero en Canadá, algunos dedos de los pies de los Hermanos Menonitas se están crispando. ¿Qué es lo que pasa?
Diversidad llena del Espíritu
No fue hasta fines del siglo XIX que Canadá alentó activamente la inmigración desde fuera de la esfera de los europeos blancos de habla inglesa. Luego, un auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial llevó a ampliar la gama de tonos de los inmigrantes aceptables, para incluir a asiáticos, africanos subsaharianos y sudamericanos. La Iglesia de los Hermanos Menonitas canadiense –que había enviado misioneros al extranjero durante años– comenzó a comprometerse con la diáspora en su propio umbral, lo que tuvo como resultado ministerios étnicos en las iglesias y la fundación de iglesias étnicas específicas.
Metafóricamente, la comida compartida de la iglesia tenía un dim sum teológico, papadum y tortilla agregados a la salchicha y platz de los granjeros.
Pese a las dudas de larga data con respecto al pentecostalismo tradicional, los músculos “para saltar” ya atrofiados de los Hermanos Menonitas se flexionaron bajo la influencia sutil pero creciente del Sur global, donde el pentecostalismo es una expresión dominante del cristianismo protestante. Hoy en día, esa influencia carismática es como un pedernal chispeante en busca de leña bien colocada; dentro del fogón de los Hermanos Menonitas ‒cálidamente nostálgico pero construido sólidamente‒ yacen las brasas del fuego que una vez nos dio a luz.
Algunas iglesias se encienden; otras, como la nuestra, arden lentamente.
Han transcurrido veinte años desde nuestro primer domingo con los Hermanos Menonitas. Recientemente, el actual pastor principal confesó su anhelo de renovación. Él señalaba que el elemento que le faltaba en su vida –ya abundante en oración, en la Palabra y en comunidad–, era el riesgo. En el otoño de 2021, presentó una serie de sermones sobre el don del Espíritu Santo, impulsando en nosotros expresiones carismáticas que honrarían la teología y los valores de los Hermanos Menonitas.
¿En qué consistía?
Imagínense: Un culto contemporáneo dinámico con letras cuidadosamente seleccionadas que expresaran verdades antiguas; introspección espiritual subjetiva discernida por medio de una hermenéutica comunitaria; varias posturas sobre elementos teológicos no esenciales que no susciten hostilidad ni evasión; iniciativas radicales de justicia social defendidas por pacificadores radicales; la Palabra predicada valientemente pero con humilde reconocimiento de las ambigüedades bíblicas; la oración que es audaz pero evita las agendas transaccionales; dones espirituales captados y enseñados a través de la capacitación intencional, y espacio para encuentros personales con Dios mediante el ministerio de la oración.
Imagínense: Un culto contemporáneo dinámico con letras cuidadosamente seleccionadas que expresaran verdades antiguas; introspección espiritual subjetiva discernida por medio de una hermenéutica comunitaria; varias posturas sobre elementos teológicos no esenciales que no susciten hostilidad ni evasión; iniciativas radicales de justicia social defendidas por pacificadores radicales; la Palabra predicada valientemente pero con humilde reconocimiento de las ambigüedades bíblicas; la oración que es audaz pero evita las agendas transaccionales; dones espirituales captados y enseñados a través de la capacitación intencional, y espacio para encuentros personales con Dios mediante el ministerio de la oración.
—Nikki White, escritora de MULTIPLY (la organización internacional de misiones de los Hermanos Menonitas) y autora de Identity in Exodus. Asiste a North Langley Community Church en Columbia Británica, Canadá, donde supervisa el desarrollo del currículo y la capacitación para el ministerio de oración.
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