Mi verdadera esperanza

Testimonios de África

Trabajar de enfermera es un trabajo desafiante. Se necesita un corazón con pasión, paciencia y amor. Durante la pandemia del COVID-19, vi la mano de Dios en mi vida mientras me protegía. Hubo momentos en los que me desesperaba de ansiedad, pero cuando recordaba cómo el rey David en la Biblia esperaba en el Señor y se animaba, revivía.

Cuando la pandemia del coronavirus comenzó, estaba embarazada. También soy asmática. Mi ginecólogo recalcó que debía tener cuidado de no contagiarme de COVID-19 porque sería demasiado riesgoso tanto para mí como para el bebé. Me preguntaba cómo me iría trabajando en el hospital más grande del país, Parirenyatwa, que también estaba tratando a pacientes con COVID-19.

Una vez en el trabajo, un paciente difícil fue admitido. Estaba frustrado y agitado. Peor aún, tenía una actitud negativa y no quería tener nada que ver con las enfermeras, los médicos o estar en el hospital. Estaba tosiendo mucho. Muchos de mis colegas estaban hartos de sus payasadas. Entonces me ofrecí a cuidarlo, tratando de crear una relación de enfermera y paciente, charlando amablemente, dándole su medicamento y convenciéndolo para que usara una mascarilla. Era imposible, pero finalmente, después de tratar de persuadirlo por unos 20 a 30 minutos, cumplió. Mientras lo tapaba me sentí contenta.

Cuando me iba, vi a dos personas con el equipo de protección personal completo corriendo hacia el cubículo. Dijeron que el paciente que yo estaba atendiendo era positivo al coronavirus y que debía ser trasladado al ala de COVID.

Me inundó un gran temor cuando pensé en todo el tiempo que estuve charlando con él de cerca mientras no tenía mascarilla puesta. Me preocupé, pero me recordé a mí misma que la preocupación es como una mecedora, seguiría balanceándome en un lugar y no llegaría a ninguna parte; oré.

Recurrí a mi esperanza en el Señor. Me acordé que los que esperan en el Señor siguen volando alto como las águilas, corren y no se cansan, caminan y no se desmayan. Reuní toda mi esperanza en el Señor y creí que iba a estar bien. Pasaron los días; seguí trabajando y me sentía fuerte. No tenía síntomas de COVID-19.

En otra vívida ocasión, cuando mi bebé tenía tres meses, atendí a una paciente que había ingresado la noche anterior. Le lavé las heridas y le cambié los vendajes a la paciente para que luego me dijeran que tenía que ser transferida a un ala de COVID-19. Mi preocupación era cómo iba a estar en cuarentena con o sin mi bebé, al cual le estaba dando pecho. Simplemente tenía fe y esperaba que Dios continuara protegiéndome. Lo hizo, porque hasta el día de hoy no he padecido de COVID, a pesar de que en innumerables ocasiones he estado muy expuesta. Sí, soy muy cautelosa, pero sí creo que Dios me protegió y estoy muy agradecida. Seguiré esperando en Jesús. Jesús es mi verdadera esperanza.
— Hazel Nenguke, Iglesia de los Hermanos en Cristo, Zimbabue

Domingo de la Fraternidad Anabautista Mundial 2023

 

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