Al corriente: enero 17, 2014
Las últimas dos semanas de agosto fueron muy agitadas para el Congreso Mundial Menonita. Elaboramos cientos de documentos para respaldar los trámites para solicitar visas para varios de nuestros miembros. La Comisión de Diáconos organizó una delegación de los cinco continentes a fin de realizar una visita fraternal a las Iglesias de Angola. Los miembros directivos planearon su reunión en Zimbabwe y yo, como secretario general, programé una visita a nuestras iglesias de Malawi. (Unas semanas después, enviamos solicitudes de visas para mi próximo viaje a las embajadas de Japón, Corea, Indonesia, los Países Bajos y Suiza.)
Pese al incansable esfuerzo de mucha gente, parecía que algunas visas serían negadas. Cundía la frustración, mientras todos los que habíamos trabajado incansablemente recordábamos el tiempo invertido en innumerables correos electrónicos y llamadas telefónicas a las embajadas, y el costo económico que todo este esfuerzo implicaba. ¿Cómo podremos descansar en Dios en medio de obstáculos que nos imponen como iglesia los gobiernos seculares?
En medio de esta frustración, recuerdo un intercambio reciente con un colega de Bogotá. “Necesitamos hacer esto otra vez”, fueron las palabras de un pastor después de nuestra celebración del Domingo de la Fraternidad Mundial, en enero de este año. La celebración reunió –¡por primera vez!– a todos los Hermanos Menonitas, Hermanos en Cristo y las congregaciones de la Iglesia Menonita de Bogotá. Cada congregación local canceló sus reuniones y cerró los edificios para facilitar el encuentro de estas Iglesias en un mismo lugar.
En nuestra reunión hubo cientos de personas de los tres grupos anabautistas de Bogotá, junto con representantes de las organizaciones anabautistas de misiones, paz, desarrollo de la comunidad, salud y educación.
En dicha reunión, cada iglesia y sus líderes participaron de una celebración unida. Todos fueron servidores según sus dones e identidad singular. ¡Fue una bendición tremenda!
¿Por qué será una ocasión tan especial celebrar el Domingo de la Fraternidad Mundial? ¿Qué tendrá que ver con el antedicho trámite de visas?
Personalmente creo que el culto especial que conmemoramos el domingo del mes más cercano a la fecha del primer bautismo en Zúrich (21 enero 1525), sólo es comparable a las reuniones de la Asamblea Mundial que el CMM realiza cada seis años. En estas reuniones centramos nuestra atención en Dios, a fin de expresarle nuestra gratitud por su presencia en medio de nuestra comunidad mundial.
Estamos agradecidos por los dones que compartimos en nuestra familia de fe: misioneros que han ofrecido sus vidas para dar testimonio de Cristo; hermanos y hermanas dispuestos a servir a los necesitados; maestros que forman discípulos con el ejemplo de su vida y carácter; pastores que velan por las congregaciones locales; voluntarios que donan generosamente a la obra de Cristo; pacificadores que demuestran una manera nueva de resolver conflictos a la manera de Jesús. ¡Nuestra comunidad mundial es enormemente bendecida por Dios! El Domingo de la Fraternidad Mundial nos concede la oportunidad de reconocer y expresarle nuestra gratitud a Dios.
El Domingo de la Fraternidad Mundial transmite un claro mensaje respecto a aquellas barreras que impiden la tarea de la iglesia, incluidos los problemas con las visas. Al reunirnos para celebrar, recordamos que somos uno en Cristo, y que Cristo ha derrotado en la cruz las diferencias administrativas, teológicas, culturales, geográficas, nacionales, políticas, de género, raciales y económicas. Él nos ha hecho un solo cuerpo, y por su Espíritu ahora es posible el milagro de la unidad.
Por todo lo que se mencionó anteriormente, descubrimos a Jesús de un modo especial el Domingo de la Fraternidad Mundial. Es allí que sentimos que nuestro carácter se transforma de muchas maneras.
Cuánto consuelo siento al recordar todo esto, y de cuánto consuelo serán tales pensamientos la próxima vez que me sienta frustrado por el trámite de solicitud de visas. ¡Qué bueno es cuando hermanos y hermanas conviven en unidad!
Por César García, secretario general del CMM
Comentarios